Este es un cuento corto que escribi hace tiempo, inspirado como pocas veces he estado. Fue un regalo que hice con mucho cariño, y con el mismo sentimiento lo dejo aqui.
Espero que os guste.
Erase una vez
Esta historia como cualquier otra de su género empieza con un érase una vez en un mundo muy muy lejano, que rozaba con los lindes del ensueño y la fantasía. Un mundo dónde lo deseado y soñado estaba al alcance del curtidor más humilde.
Nuestra historia empieza una calurosa mañana de una tardía primavera, casi verano, dónde la fragancia de las flores inundaba los valles y los jardines, las avenidas y los prados. En el aire un límpido ambiente rodeaba a todo aquél que se parase a respirar profundamente, tumbado en la hierba y contemplando el cielo. Y una de las pocas personas que se permitía ese relajado y tranquilo placer era un caballero de reluciente armadura.
El caballero observaba con nostalgia el infinito cielo, como si fuera una meta que alcanzar. Y es que para un caballero como él, valeroso y ansioso de aventuras, pese a ser de alma inocente y bondadosa; un mundo en paz llegaba a ser aburrido. Así que cada mañana, cada atardecer y cada noche terminaba suspirándole al cielo, debatido entre sus sueños y sus ideales.
Y muchos quilómetros más allá, en un reino contiguo del vecino, una joven muchacha suspiraba igual que él al cielo. Aunque su motivo, fomentado también por el aburrimiento, tenía una esencia muy distinta. Pues era una princesa atrapada en el protocolo y el hastío de la nobleza. Y como cualquier joven de su edad, ansiaba poder disfrutar libremente de la vida.
Así siguió todo varios años, hasta que un día, el hermano pequeño del Rey, tío de la hermosa muchacha, corroído por la envidia y el ansia de poder, mató a su hermano deslizándose sutilmente a su lado y llenando su plato con veneno. Consiguiendo así sumir el pueblo en confusión al ser el primer asesinato nunca visto, y heredando él el derecho al trono al ser el miembro varón más cercano al Rey, pues éste sólo tenía una hija. Y por leyes del Reino las doncellas no podían gobernar.
Irremediablemente el reinado se sumió en el caos bajo el mandato de un cruel monarca sin escrúpulos. La paz que perduraba desde generaciones ya olvidadas incluso por los abuelos de los más viejos habitantes del reino se rompió de forma súbita. Los soldados entrenados únicamente por protocolo pues nunca había habido guerra, empezaron a usar las espadas por vez primera, intimidando y asaltando a los pueblerinos. La maldad se volvió orden del día y el horror el sueño de cada noche.
Rápidamente el destino que acometía a ese desdichado reino fue sabido por todos los reinados circundantes y todos ellos entraron en pánico ante tal suceso: por la sorprendente e increíble noticia así como por el miedo a que un gobierno bélico como ese les pudiera ocasionar algún estrago. Así que ante la posibilidad de una invasión y de la aniquilación y esclavización total de sus pueblos, empezaron a entrenar nuevas tropas y unidades guerreras.
Los años pasaron y nadie puede asegurar de quien fue la culpa, si de unos por sus egoístas ambiciones o de otros por el miedo a ser derrotados. Lo que sí sabe todo el mundo es que la guerra alcanzó finalmente ese mundo de paz, y entre la muerte y la desdicha los lingüistas tenían también su trabajo, inventando nuevas palabras que hasta ese momento no habían tenido que usar, como agonía, desesperanza, soledad, terror, infelicidad, tortura…
Mas entre todos estos pesares había una persona que, pese a sentir la situación en la que se encontraban, se sentía alegre en lo más hondo de su corazón; parecía que una plegaria nunca hecha, aunque sí soñada, se hubiese hecho realidad. Al fin tenía la oportunidad de vivir una aventura, algo que siempre había deseado. Y con eso en mente, y muchos otros sentimientos contradictorios como el pesar y la excitación, partió hacia el origen de la guerra; al castillo dónde apresada vivía ahora la princesa.
Mirando a través de una estrecha ventana que era la fuente de la única luz, así como de noticias, de la habitación más elevada de la más alta torre de la fortaleza; la princesa oteaba lo que ocurría a su alrededor. Batallas, muerte, sangre… Era algo espeluznante, un espectáculo macabro dirigido por demonios. Y ella, que ya había vivido como apresada por los muros del castillo por sus sobre protectores padres, veía ese pasado como algo hermoso y resplandeciente; como un cuento de hadas. Sin embargo, ese sueño agradable se había vuelto como una pesadilla de la que no podía escapar.
Y así se sucedían los días y las noches, con el único cambio producido por las voces; a veces de victoria y a veces de agonía. Y así siguieron siendo durante muchos meses más.
Sólo hasta que una mañana en la que un pálido sol alumbraba, como enfermo de ver tanta muerte a su alrededor, apareció al fin en el monte cercano el valeroso caballero. El motivo de su tardanza nunca se supo, pero los más audaces aseguraban que había vivido un millar de peleas. Los más realistas aseguraron que había ido trayendo la paz por su camino.
Y al igual que hiciera hasta entonces, nada más llegar él, las tensiones se calmaron y las iras se extinguieron. Hubo paz de nuevo en dónde todo empezó. Liberó a la princesa de su prisión y satisfecho de haber devuelto la bondad al mundo quedó en paz y murió. Algunos cuentan que por sus heridas, otros que falleció al haber conseguido su objetivo. Sólo los más sabios supieron la verdad: No murió, simplemente ganó su recompensa. Su alma, pura, bondadosa y santa, alcanzó un estado al que su cuerpo no podía llegar.
Espero que os guste.
Erase una vez
Esta historia como cualquier otra de su género empieza con un érase una vez en un mundo muy muy lejano, que rozaba con los lindes del ensueño y la fantasía. Un mundo dónde lo deseado y soñado estaba al alcance del curtidor más humilde.
Nuestra historia empieza una calurosa mañana de una tardía primavera, casi verano, dónde la fragancia de las flores inundaba los valles y los jardines, las avenidas y los prados. En el aire un límpido ambiente rodeaba a todo aquél que se parase a respirar profundamente, tumbado en la hierba y contemplando el cielo. Y una de las pocas personas que se permitía ese relajado y tranquilo placer era un caballero de reluciente armadura.
El caballero observaba con nostalgia el infinito cielo, como si fuera una meta que alcanzar. Y es que para un caballero como él, valeroso y ansioso de aventuras, pese a ser de alma inocente y bondadosa; un mundo en paz llegaba a ser aburrido. Así que cada mañana, cada atardecer y cada noche terminaba suspirándole al cielo, debatido entre sus sueños y sus ideales.
Y muchos quilómetros más allá, en un reino contiguo del vecino, una joven muchacha suspiraba igual que él al cielo. Aunque su motivo, fomentado también por el aburrimiento, tenía una esencia muy distinta. Pues era una princesa atrapada en el protocolo y el hastío de la nobleza. Y como cualquier joven de su edad, ansiaba poder disfrutar libremente de la vida.
Así siguió todo varios años, hasta que un día, el hermano pequeño del Rey, tío de la hermosa muchacha, corroído por la envidia y el ansia de poder, mató a su hermano deslizándose sutilmente a su lado y llenando su plato con veneno. Consiguiendo así sumir el pueblo en confusión al ser el primer asesinato nunca visto, y heredando él el derecho al trono al ser el miembro varón más cercano al Rey, pues éste sólo tenía una hija. Y por leyes del Reino las doncellas no podían gobernar.
Irremediablemente el reinado se sumió en el caos bajo el mandato de un cruel monarca sin escrúpulos. La paz que perduraba desde generaciones ya olvidadas incluso por los abuelos de los más viejos habitantes del reino se rompió de forma súbita. Los soldados entrenados únicamente por protocolo pues nunca había habido guerra, empezaron a usar las espadas por vez primera, intimidando y asaltando a los pueblerinos. La maldad se volvió orden del día y el horror el sueño de cada noche.
Rápidamente el destino que acometía a ese desdichado reino fue sabido por todos los reinados circundantes y todos ellos entraron en pánico ante tal suceso: por la sorprendente e increíble noticia así como por el miedo a que un gobierno bélico como ese les pudiera ocasionar algún estrago. Así que ante la posibilidad de una invasión y de la aniquilación y esclavización total de sus pueblos, empezaron a entrenar nuevas tropas y unidades guerreras.
Los años pasaron y nadie puede asegurar de quien fue la culpa, si de unos por sus egoístas ambiciones o de otros por el miedo a ser derrotados. Lo que sí sabe todo el mundo es que la guerra alcanzó finalmente ese mundo de paz, y entre la muerte y la desdicha los lingüistas tenían también su trabajo, inventando nuevas palabras que hasta ese momento no habían tenido que usar, como agonía, desesperanza, soledad, terror, infelicidad, tortura…
Mas entre todos estos pesares había una persona que, pese a sentir la situación en la que se encontraban, se sentía alegre en lo más hondo de su corazón; parecía que una plegaria nunca hecha, aunque sí soñada, se hubiese hecho realidad. Al fin tenía la oportunidad de vivir una aventura, algo que siempre había deseado. Y con eso en mente, y muchos otros sentimientos contradictorios como el pesar y la excitación, partió hacia el origen de la guerra; al castillo dónde apresada vivía ahora la princesa.
Mirando a través de una estrecha ventana que era la fuente de la única luz, así como de noticias, de la habitación más elevada de la más alta torre de la fortaleza; la princesa oteaba lo que ocurría a su alrededor. Batallas, muerte, sangre… Era algo espeluznante, un espectáculo macabro dirigido por demonios. Y ella, que ya había vivido como apresada por los muros del castillo por sus sobre protectores padres, veía ese pasado como algo hermoso y resplandeciente; como un cuento de hadas. Sin embargo, ese sueño agradable se había vuelto como una pesadilla de la que no podía escapar.
Y así se sucedían los días y las noches, con el único cambio producido por las voces; a veces de victoria y a veces de agonía. Y así siguieron siendo durante muchos meses más.
Sólo hasta que una mañana en la que un pálido sol alumbraba, como enfermo de ver tanta muerte a su alrededor, apareció al fin en el monte cercano el valeroso caballero. El motivo de su tardanza nunca se supo, pero los más audaces aseguraban que había vivido un millar de peleas. Los más realistas aseguraron que había ido trayendo la paz por su camino.
Y al igual que hiciera hasta entonces, nada más llegar él, las tensiones se calmaron y las iras se extinguieron. Hubo paz de nuevo en dónde todo empezó. Liberó a la princesa de su prisión y satisfecho de haber devuelto la bondad al mundo quedó en paz y murió. Algunos cuentan que por sus heridas, otros que falleció al haber conseguido su objetivo. Sólo los más sabios supieron la verdad: No murió, simplemente ganó su recompensa. Su alma, pura, bondadosa y santa, alcanzó un estado al que su cuerpo no podía llegar.