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Bueno, este es el primer fragmento de lo que pretende ser una historia, hecha a partir de pequeñas narraciones del simpático (para algunos no tanto) dios Practus. No tengo claro lo que puede salir de aquí, pero iré publicando a medida que vaya escribiendo sobre este personajillo, espero que os guste:
Aquello se podía definir como un ensayo de ilusiones. Al contrario que la mayoría de los seres, este simplemente había surgido. Creado por el destino, por otro de su condición o por cualquier fuerza lo suficientemente grande como para engendrar una entidad suprema. Ironía, sin duda, que haya seres semejantes o superiores a algo que, por San Agustín, exprime al máximo cada adjetivo. Su existencia ni siquiera se había aireado, nadie sabía aún de su presencia. Eso debía de solucionarlo.
Bajó, si es que se podía definir como un descenso, del que desde entonces era su hogar. Meteoro de divinidad hecho carne se precipitó rápidamente. Apareció frente a un hombre que tendía la ropa a secar alegremente mientras cantaba una canción obscena. Calló de rodillas en cuando lo tuvo delante, su sola presencia bastaba para imponer miedo y respeto. No parecía ni mucho menos un ser de bondad. Fuego en los ojos, en el pelo y en las botas, culmen del candor de Hades que se batía entre los colores del arco iris. Por lo demás negro como el pozo más oscuro, estatua de un dios azabache. Le pidió sin demora a este primer humano que se encontraba un sacrificio, prueba de su fidelidad, ya que fe no necesitaría demasiada. Este, tembloroso, se debatió cuál cometa entre excusa. Como cometa que era, el viento la arrastró de golpe. A él no se le engañaba. Un cráter humeante señalaba el lugar donde había estado el humano. Era su primera visita a la tierra, podía permitirse ser un poco caprichoso. Y se fue en busca de otras cosas, cantando una tonadilla obscena recién aprendida.
Aquello se podía definir como un ensayo de ilusiones. Al contrario que la mayoría de los seres, este simplemente había surgido. Creado por el destino, por otro de su condición o por cualquier fuerza lo suficientemente grande como para engendrar una entidad suprema. Ironía, sin duda, que haya seres semejantes o superiores a algo que, por San Agustín, exprime al máximo cada adjetivo. Su existencia ni siquiera se había aireado, nadie sabía aún de su presencia. Eso debía de solucionarlo.
Bajó, si es que se podía definir como un descenso, del que desde entonces era su hogar. Meteoro de divinidad hecho carne se precipitó rápidamente. Apareció frente a un hombre que tendía la ropa a secar alegremente mientras cantaba una canción obscena. Calló de rodillas en cuando lo tuvo delante, su sola presencia bastaba para imponer miedo y respeto. No parecía ni mucho menos un ser de bondad. Fuego en los ojos, en el pelo y en las botas, culmen del candor de Hades que se batía entre los colores del arco iris. Por lo demás negro como el pozo más oscuro, estatua de un dios azabache. Le pidió sin demora a este primer humano que se encontraba un sacrificio, prueba de su fidelidad, ya que fe no necesitaría demasiada. Este, tembloroso, se debatió cuál cometa entre excusa. Como cometa que era, el viento la arrastró de golpe. A él no se le engañaba. Un cráter humeante señalaba el lugar donde había estado el humano. Era su primera visita a la tierra, podía permitirse ser un poco caprichoso. Y se fue en busca de otras cosas, cantando una tonadilla obscena recién aprendida.
