Año 20XX de nuestra época.
Un edificio blanco se alzaba sobre la colina de las cruces, en Siauliai (Lituania). Nadie conoce como comenzó la costumbre, pero actualmente hay más de 50.000 cruces en dicha colina. Según la lengua popular, se dice que trae buena suerte a aquel que lo hace, otros dicen que la colina está repleta de cruces por una aparición de la Virgen, otros comentan que fueron causa de la revolución antizarista de la segunda mitad del siglo XX. El caso es que es un lugar emblemático y especial. El cual representa la devoción y la esperanza de aquellas personas que colocan una cruz en el lugar. El caso es que es un lugar único.
El edificio hacia poco que había sido construido en el lugar. Nadie sabía exactamente por qué un edificio tan imponente y blanco se encontraba en aquel lugar. El edificio estaba claramente constituido por dos partes, una mas antigua y mas grisácea y que constaba de dos alturas, que hacia de base de una parte superior y mas nueva. Y una parte más moderna, construida encima de la antigua varios años después, eran tres pisos más y se podía distinguir de la anterior por su vivo color blanco. Aún así había una cierta similitud entre las dos partes del edificio, no había ventanas, ni una sola. La única entrada y salida del edificio era un portón de acero en la parte que daba de cara con el propio sendero de cruces que ascendía.
El interior del edificio era más majestuoso que el exterior, pero igual de blanco. La primera planta se encontraba llena de estatuas que simbolizaban extraños animales que jamás habían existido sobre la faz de la Tierra. Aunque el edificio se alzaba cuatro alturas más, también descendía, pues una escalera llevaba hacia la parte inferior del edificio, no vista desde el exterior. Varias salas se encontraban en dicho subterráneo, solo era una planta, con paneles metálicos en la pared, muy diferente a las partes superiores del resto del lugar. El suelo estaba cubierto por fino mármol gris y por una fina capa de polvo, lo que cabía indicar que aquel lugar no se limpiaba con mucha frecuencia.
John se despertaría en una de dichas salas del subterráneo quince horas después de haber sido introducido en ellas inconsciente. La sala estaba acolchada con un material esponjoso, típico de las salas de manicomio que salen en las películas. Un gran cristal, a modo de espejo gigante era lo único destacable en la sala. John no recordaba como había llegado hasta allí.
- Al fin despiertas - dijo una voz ronca que John pronto localizó. Un muchacho estaba justo a su lado. El muchacho tenia el pelo lacio y negro, largo. Su piel era muy blanca, como si jamás hubiera visto el Sol. Vestía una camiseta de algodón de manga corta, de un color verde oliva, y llevaba un pantalón vaquero junto a unas zapatillas del mismo color que la camiseta. – Realmente creí que estarías muerto.
- ¿Dónde me encuentro? – John se tocó la parte trasera de la cabeza, le dolía terriblemente, como si le hubieran golpeado, pero después de mirarse de nuevo la mano, pudo comprobar que no tenia rastros de sangre. - ¿Quién eres tu?
- Tranquilo. Mi nombre es Sigitas. No pareces de por aquí chico, muchas veces traen a algún extranjero como tú, aunque no es lo habitual. – Sigitas sonrió y extendió su mano para saludar a John. - ¿Tu nombre?
- Yo me llamo John. Dime, me has llamado extranjero, ¿dónde estamos? – preguntó de nuevo John.
- Bueno, yo no lo sé con exactitud, jamás he vivido fuera de este lugar, no conozco el exterior. Pero vista la afluencia de gente lituana y el lenguaje normal que se suele hablar por aquí, diría que estamos en Lituania. – Sigitas volvió a sonreír.
- ¿Lituania? Eso está a miles de kilómetros de mi casa. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Y cómo es que sabes hablar mi idioma? – John estaba cada vez más confuso.
- No es fácil de explicar John, yo no sé como has llegado hasta aquí, unos vienen, otros se van, o mejor dicho, otros mueren, nadie sale de aquí con vida. – Sigitas sonrió de nuevo, no le asustaba la idea de morir. – Sobre como sé hablar tu idioma es sencillo, nací aquí, pero me enseñaron tu idioma, a los siete años ya sabía perfecto inglés y ahora, a mis veintidós años domino más de seis idiomas.
John estaba confuso, no sabía ni cuando ni como había llegado hasta allí, tenía ganas de saber más, pero de pronto se quedó dormido. Una hora más tarde volvía a despertar. Esta vez vio a Sigitas justo en frente de el.
- ¿Echando un sueñecillo John? Llevas dormido una hora. – dijo Sigitas con su inquebrantable sonrisa.
- ¿Me he dormido? ¿Cómo puede ser eso? Hace nada estaba hablando contigo. – a John ya no le dolía la cabeza, pero cada vez estaba más confuso.
- A veces pasa, te inyectaron una droga parecida a la anestesia para dormirte y traerte. A veces la persona cae de nuevo dormida y tarda horas y horas en volverse a despertar, otras son solo minutos, y otras incluso días, pero no te preocupes, ya no volverás a dormirte. – Sigitas le ayudó a levantarse. John tenía los músculos entumecidos.
- ¿Y bien? ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué estamos aquí? Sigo sin entenderlo. – John se volvió a sentar, sentía una gran pesadez y prefería estar sentado.
- Bueno John, te explicaré todo cuanto sé. Somos como animales, como cobayas. Estamos en un centro científico, un centro donde experimentan con gente con habilidades. Quizá pienses que tú no tienes ninguna habilidad, pero ellos lo saben, si te han traído aquí es porque tienes algo que les interesa. Hace tiempo, un hombre con extrañas habilidades explotó en la pequeña ciudad fantasma de Craco, en Italia. No hubieron ni heridos, ni muertos. Pero dicen que la explosión se oyó a más de veinte kilómetros de distancia. Cuando los científicos llegaron al lugar de los hechos, solo pudieron encontrar las ropas del hombre. Años después un adolescente mataría y electrocutaría a todos sus compañeros de clase, profesor incluido, con una gran cantidad de voltios y energía eléctrica. El chaval fue capturado y se experimentó con él. Hasta tal punto que el adolescente moriría solo dos meses después de haber sido capturado. Aún así los científicos descubrieron algo realmente interesante, el chico tenía poderes. Por supuesto el caso fue secreto. Poco a poco más personas con habilidades han ido surgiendo, pero a la vez han desaparecido. Las traen aquí y aquí experimentan con ellas. En definitiva, te han traído aquí con el mismo motivo que a todos. Para experimentar contigo y si eres útil usarte. No sabría decirte cuanto tiempo permanecerás aquí.
- Espera, espera. ¿Me estás diciendo que un grupo de científicos experimenta con gente, que se supone que tiene habilidades, hasta la muerte? – dijo John con incredulidad.
- Así es. – afirmó Sigitas con una sonrisa.
- ¿Y como puedes comprobar esa teoría? – volvió a preguntar John.
- Quizá no te has dado cuenta, pero no estamos solos en esta habitación. Lo que pasa es que has estado muy centrado hablando conmigo, además tus sentidos siguen entumecidos. Mira hacia la derecha, hacia la puerta. – Sigitas indicó hacia una puerta con el dedo. Era una puerta acolchada, al igual que el resto de la habitación. No tenía ningún pomo, por lo que parecía que la puerta solo se podía abrir desde el exterior. De pronto un hombre en posición fetal apareció tumbado al lado de la puerta. Poco después volvió a desaparecer sin hacer ningún ruido.
- ¿Pero que….
- ¿Ves John? Hay gente con habilidades. Se llama Jurgius. Entró aquí hace siete años. Y su habilidad es hacerse invisible, bueno, esa era su habilidad, después de tantos años de experimentos, el pobre Jurgius no se puede mover, está siempre en esa posición apareciendo y desapareciendo. Solo espera una cosa, que la muerte llegue pronto, es un juguete roto, ya no sirve para nada a los científicos. – mientras Sigitas decía esto Jurgius había aparecido y desaparecido un par de veces. John estaba horrorizado. – Si, se que es horrible, pero no podemos hacer nada.
- ¿Y tú poder? ¿Y el mío? Yo no tengo ningún poder. Esto es un error, yo no debería estar aquí. – John estaba enfadado, no podía creer que hubieran cometido tal atrocidad y mucho menos podía creer que a el lo confundieran y lo metieran en tal lugar sin motivo.
- Si tienes poder, pero no lo has descubierto aún. Ellos son muy listos, saben quien tiene poderes y quien no, los encuentran y los capturan. Tú quizá no te hayas dado cuenta, pero ellos ya sabían de antemano que tú eres especial. Jamás se equivocan. Pronto te demostrarán que tú eres especial, como los demás que estamos aquí. – Sigitas no parecía afectado por la conversación, seguía sonriendo como la primera vez. Parecía como si hubiese tenido esa conversación cientos y cientos de veces.
- Supongo que tendré que creerte, aunque permíteme que siga escéptico en cuanto al tema. – dijo John sin ningún reparo.
El silencio pronto inundó la sala. Era un silencio bastante incomodo. John volvió a levantarse y comenzó a caminar sin saber muy bien que hacer. Tenía cientos de preguntas, pero no sabia por donde empezar. Se había dado cuenta que el muchacho tenía un número bordado en su camiseta y eso fue lo que decidió preguntar.
- ¿Y ese número? – preguntó al fin John señalando el número bordado en la camiseta de Sigitas.
- ¿Esto? Es sólo un indicador. Tú aún no tienes ninguno, pero ya te lo bordarán en tu camiseta. El número significa el tamaño de tu poder y esta numerado de cero a novecientos noventa y nueve. ¿Ves? Mi poder es de seiscientos sesenta y ocho. – Sigitas seguía sonriendo y parecía orgulloso del grado de su poder.
- ¿Cuál es tu poder Sigitas?
- Soy inteligente, pero no inteligente y ya está. Puedo leer y memorizar mil páginas en tan solo cinco segundos. No olvido nunca. Soy capaz de recordar las características, los números y los nombres de todas y cada una de las personas que han pasado por aquí. La verdad, no es tan divertido como lanzar electricidad, explotar o desaparecer, pero es útil. Ahora mismo puedo introducirme en tu cerebro y descubrir tus secretos, mi poder ha avanzado hasta esos puntos, lastima que no pueda controlar también a los humanos. – Sigitas se encogió de hombros.
- Vaya, parece impresionante. – comentó John sin mucho aplomo.- ¿Y como averiguarán que poder tengo yo? – preguntó.
- Bueno, es algo difícil de explicar. Cuando lo vean conveniente unos científicos vendrán aquí a por ti. Te recomiendo que no te resistas. Te harán una especie de examen y escáneres. Luego te inyectarán una droga para que tu poder despierte. Ya que no puedes liberar tu poder, ellos tienen que liberarlo por la fuerza. Te dolerá, no es fácil que tu cuerpo asimile los cambios al principio, pero no te preocupes a todos los que están aquí les ha pasado. Y que yo haya calculado, el riesgo de muerte solo es del cuarenta y cinco por cien. Al fin y al cabo, no es tanto, ¿verdad amigo? – Sigitas dio unos pequeños golpecitos en la espalda de John. – No te asustes, parece que han mejorado la droga, hace más de seis meses que no muere nadie después de las pruebas.
- Has dicho que aquí hay otros. ¿Cómo lo sabes? ¿Se puede salir de esta sala? – John intentaba quitar la idea de que podía morir pronto de su cabeza.
- ¡Claro que se puede salir! Pero no de manera libre. Cenamos y comemos todos juntos en un comedor. Y entrenamos las habilidades todos juntos también. Hay un lugar llamado el coliseo, aquellos que tienen habilidades de combate las ponen en práctica unos contra otros. Eso también es una buena manera de analizar para los científicos. Pero cuidado, al igual que hay gente tranquila, también hay gente muy violenta. Hay un tipo de Alemania, se llama Blaz, su número es novecientos uno, es un tío con muy malas pulgas.
- ¿Por qué gente tan poderosa no escapa? – a John le parecía algo obvio de preguntar, aunque Sigitas soltó una carcajada como si preguntara una tontería.
- Los científicos tienen su manera de neutralizarnos, hay un hombre llamado, Penrod, ese hombre tiene un coeficiente de poder de novecientos noventa y nueve, es la fuerza máxima. Trabaja para los científicos. Nunca he podido ver su poder ni su rostro, pero solo su número ya asusta. Además si conseguimos sobrepasar a Penrod, cada uno de nosotros lleva incrustado un pequeño artilugio dentro de la planta del pie derecho. Según he podido averiguar durante todos estos años, el dispositivo se activa si te alejas de aquí a más de cinco kilómetros de radio y si se activa todo tu sistema nervioso se apagará igual de rápido que una fogata en un día lluvioso. Y como se que lo estás pensando, yo te responderé. No nos podemos quitar el dispositivo, solo hay dos maneras de anularlo, o te mueres o lo desactivas, pero no he conseguido encontrar solución para ninguno de los dos casos. – Sigitas fue esta vez la única que no sonrió, parecía no hacerle gracia comprobar que habían cosas que el aún no sabía.
Ambos se quedaron callados durante un buen tiempo, Sigitas se quedó reflexionando sobre el dispositivo que tenían implantados en el pie derecho, mientras que John, sentado de nuevo, estaba muy confuso, creyó que ya bastaba de preguntas, pensó que Sigitas no podría contestar a muchas más.
En ese instante se abrió la puerta. Como había pensado John, la puerta se abría desde el exterior. Entraron dos hombres con trajes grises, eran exactamente iguales, altos, pelo negro, ojos oscuros, nada tenían que les distinguiera al uno del otro. Pensó que tenían pinta de mafiosos o empresarios, pero para nada de científicos. Se acercaron a él y lo levantaron de las axilas.
- Vamos John – dijo uno de los hombres con voz cenicienta empujándole.
- ¿Cómo que “vamos John”? ¿No me pensáis explicar que hago aquí? – dijo John furioso al mismo tiempo que se soltaba de los dos hombres que le cogían. Los dos hombres no hicieron ninguna expresión y se quedaron mirando fijamente al joven que les plantaba cara.
- John, acompáñales, no estás en posición de resistirte, te lo aseguro. – dijo Sigitas. Esto asustó a John, porque por primera vez desde su encuentro, Sigitas tenia el semblante completamente serio.